¿Alguna vez jugaron a los SIMS? ¿Alguna vez pensaron en construir ciudades, sus ciudades, las ciudades de sus sueños? Así comenzó frecuEncia uRbe. Hace un año, tal día como hoy, terminábamos de incrustar la última ventana del primer edificio de nuestra ciudad, el edificio Oráculo, desde donde cualquiera podía (y puede) asomarse a conocer el proceso de crecimiento de nuestro espacio. Crecimos. Somos web. Seguimos creciendo. Hoy somos un montón de habitantes: los adictos, los huéspedes que van y vienen, los ojos congeladores y congelados, los percutores que nos levantan, los teclistas y sus letras que a veces no nos dejan dormir por las noches, los descubridores de imágenes, colores y  verbenas… A todos ellos gracias, gracias, gracias, por dejarse caer en estos rincones. Y gracias, gracias, gracias a los que alguna vez no solo se dejaron caer sino que también pintaron su nombre en alguna de nuestras paredes:

Logakl, Carlos Matta, Pablo Moíño, Helena de Llanos, Olvido Rellanos, Campanilla Jiménez, Julia Genau, _Bimbetta, M. I. Cortés, Guatuncle, Lady Pulpillo, José Juan Pérez Meléndez, Edgar Saavedra, Edgardo Dieleke, Valeria Canelas, Grecia Cáceres, Karina Pacheco, Dr. Robert, Cocachacra, Mireia Roqueto, Maripinki, Fran Giménez, Lola Caballero, Monsefú, Ignacio Muñoz, Petrusco, Julieta Estévez, Galune, Fotodiagramas, A.C., Walkers Wittering, Michal Fedorowick, Vendetta, Iñaki Pardo, Diego Bordallo, Violeta Entrerríos, Lía Rebolo…

… A partir de este momento comienza un nuevo año para frecuEncia uRbe. Esperemos sea mínimo como este. Pero para que recuerden o no olviden, aquí les dejamos grandes momentos que nos ha costado mucho, mucho seleccionar. Vamos allá.

Se le encontró tendido en el suelo. NADIE LE HABÍA ECHADO DE MENOS. Nadie le buscaba. UNA ANCIANA LE ENCONTRÓ. Por decirlo así. SUCEDIÓ HACE TANTO TIEMPO. Deambulaba en busca de flores silvestres. AMARILLAS SOLAMENTE. Con ojos sólo para éstas tropezó con él tendido allí. YACÍA BOCA ABAJO Y CON LOS BRAZOS EXTENDIDOS. Llevaba abrigo a pesar de la época del año. Oculta por el cuerpo una larga fila de botones lo abrochaba de arriba a abajo. Botones de todas las formas y tamaños. De pie los faldones rozarían el suelo. ESTO PARECÍA ENCAJAR. Cerca de la cabeza un sombrero arrugado yacía en el suelo. A LA VEZ SOBRE EL ALA Y LA COPA. Yacía inadvertido gracias al abrigo verdoso. Para llamar la atención a alguien que observase desde lejos sólo aparecía la cabeza blanca. ¿Le había visto ella antes en algún sitio? ¿DE PIE EN ALGÚN SITIO ANTES? No tan aprisa. Ella vestía toda de negro. El borde de su larga falda negra rozaba la hierba. ERA EL FINAL DEL DÍA. Si ahora se moviera hacia el Este su sombra la precedería. Una larga sombra negra. Era la época de parir las ovejas. Pero no había corderos. NO VEÍA NINGUNO. Si por casualidad una tercera persona pasara por allí vería únicamente sus dos cuerpos. PRIMERO EL DE LA ANCIANA DE PIE. Después acercándose el otro tendido en el suelo. ESTO PARECE ENCAJAR. Los campos desiertos, la anciana toda enlutada inmóvil. El cuerpo inmóvil en el suelo. AMARILLO AL FINAL DEL BRAZO NEGRO. El pelo blanco sobre la hierba. El Este hundiéndose en la noche. NO TAN APRISA. El tiempo. […]

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese “cierto tiempo”. Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución. […]

***

Somos una consecuencia de nuestro pasado. No tengo muchas dudas sobre este punto. El problema viene cuando de aquí se derivan lecturas dudables a partir de interpretaciones más o menos tramposas. Yo no sería así si; yo habría hecho otra cosa si; ¿acaso importe? Porque, ya puestos, por qué no me pregunto qué habría hecho si hubiera sido una tabla de planchar, si habría eso modificado en algo mi poco atribulada existencia, si habría estado cerca de más mujeres. Y, pregunta central, si habría llegado a notar una temperatura corporal mayor que cuando tuve contacto con el otro sexo bajo un aspecto de humano.
Nada más bello que una ducha caliente después de hacer el amor. Ahhhhh, sí. Después de probarlo por primera vez, siguieron muchas otras en las que no conseguía conciliar el sueño si no me daba una buena ducha, con muchos vapores. El origen está en el origen mismo. La primera vez que me acosté con una mujer estaba en un puticlub con un amigo del barrio y la mujer en cuestión me obligó a pasar por la bañera. Ella misma se encargó de que me frotara bien -el agua bien caliente para evitar cualquier asomo ocasional de bacterias y bichitos varios- y de restregarme a continuación una toalla áspera por todo el cuerpo. El placer que experimenté aquel rato con esa mujer fue muy superior a lo que vino después. […]

nuevos paisajes se descubren inhóspitos en los hospitales y en los cuarteles lejos detrás de la niebla oscura vivían cansados dentro de un cuarto enorme y una pintura que decía marino ella te prefiere más que a tu recuerdo misiles cargabas todo el día con tu corte al filo de los cuchillos que ascendían de la marina tempestad del mar frío agosto húmedo amanece pensando que no ha de caer arrastrado de su reino ahí mismo angustiado en esa región de cabellos rubios y tumbas pre incas al frente del puerto en su ocaso celeste balneario de sombra de mar de la costa soleada de una tierra que no quiere pertenecer a esta tierra desolada enfermerías repletas de cuerpos lisiados lejos no muy lejos del precipicio la sal se condensa en el rancho de un soldado raso adormecido por la inocencia al sur de ese circuito nostálgico arremete con su ametralladora llena de magia era tu experiencia la voz que amanece en la fría niebla que se repite

new landscapes are discovered inhospitable in hospitals and in barracks far away behind the murky fog they lived tired inside an enormous dormitory and a painted saying marine she prefers you to the memory of you missiles you loaded all day long with your buzzcut to the blade of knives that rose out of the marine storm of the chill sea moist august awakens thinking that his fall won’t necessarily come to pass won’t be dragged out of his kingdom right there worried in that region of blond heads of hair and pre incan tombs in front of the port in its celestial sunset peninsular beachtown of sea shadow of the sunswept coast of a land that doesn’t want to belong to this desolate land sickbays packed with impaired bodies far away not very far away from the precipice the salt precipitates on the rations for a leveled soldier numb with the innocence south of that nostalgic circuit he charges with a machine gun full of magic was your experience the voice it awakens in the chill fog that goes repeating

[…]

Nada puede convencerme de lo enfermo que estoy, mascando lo que no se sabe, pensando lo que no se sabe, en espera de la revelación integrada por los ríos y la esencia de la música y por el desaliño de la vida

yo no existiendo
otro existe en lugar de mí pero dentro de mí
y es como lo mirara diez veces
cada una de las diez veces que lo miro.

Estoy cada vez más enfermo que todo, más enfermo que un colibrí. Los días, las lunas y las moscas aparecen forjados en la colina pálida que recorre
-deja que esa espada esté en mis sueños
esté en mis pobres sueños de ángel solitario y jubiloso.

Te tocas y no hay música. Te tocas y súbitamente sabes que no hay tú, y lo que tocas no sirve más que para saber que no tocas

lo que tocas no hay
no es ilusorio porque todavía no has muerto
por qué no has de hablar en serio
y ver si pasa algo en el cielo que siempre es nuevo
si pasa algo en tus manos
y en la superficie de tu carne,

cuando conspires contra la armonía y contra la propia mirada y revientes como un tallo sin haber dicho «a».

[…]

Se sale exhausto de La Habana para un infante difunto, sin aliento. ..MARGARITA AHORA. MUCHA MARGARITA. MUCHA MUJER. MUCHAS MUJERES. MIRO HACIA ATRÁS CON IR A CUANDO YO ERA Y ELLA SE ME CONVIERTE EN UNA ESTATUA DE SOL… Potente, frágil, indomable; se deshace por partes, se reforma con fuerza en conjunto. Onanismo. Iniciación. …PUNNILINGUS. THE PUN OF NO RETURN. YA SE ACERCA. TODO ESCRITOR CON MÁS DE UNA LENGUA DEBERÁ HABLAR CON SEÑALES DE HUMO VERDE. YA ME CERCA. VIENE A SOLAS. SE VIENE SOLA. ¿O ES UNA ISOLA LAS DOS?… La vida para la seducción, o una novela sobre la seducción, o una novela seductora, o la seducción hecha novela, hecha personaje, hecha historia, lenguaje, palabra, forma. . El juego de la seducción nunca tan bien jugado, traspasado a la palabra, en la palabra misma. … HABANIDAD DE HABANIDADES, TODO ES HABANIDAD. LA HABANA ES UNA FIJACIÓN EN MÍ MIENTRAS ELLA NUNCA FUE MI MOVIMIENTO PERPETUO. DOS DESMADRES TENGO YO, LA CIUDAD Y LA NOCHE… El juego siempre divertido, aunque las jugadas sean a veces trágicas; el narrador no permite la lágrima ni la pena (a disgusto de mi avidez por el culebrón), narrador hilarante que nos echa a la cara un retrato de La Habana de mitad de siglo XX, como único marco posible para el juego. …AQUÍ ESTÁ, ALLÁ ESTABA. DEMASIADA MUJER. TOO MUCH WOMAN. TWO-MUCK WOMAN. TO MOCK WOMAN. AH SILVANO, SI VANO, HE PROBADO QUE NI SIQUIERA UNA AMAZONA QUEDA GRANDE AL GLANDE […]

Murió Blanca Varela. Ese fue el mensaje que recibí esta mañana… Ella a la que le gustaba tanto eliminar lo superfluo.

Blanca buscaba la manera de decirse, sin traicionarse y el salir del Perú, el alejarse, extrañarse la hizo volverse sobre sí y escribir. Pero sin esa nostalgia inútil que se mece de ilusiones, sino de manera franca, directa y rebelde. Sus versos, los de «Ese puerto existe», contienen más de lo que se expone, lagrimeos y sentimentalismo. El cuerpo y su ley, dura ley, la de la finitud, era ya su tema.

Contener esas ganas locas de decir como buscando una caricia o una mirada de piedad malquerida, contenerse, ponerse en el lenguaje como en el signo menos, al nudo ése que acogota pero que, al borde de la aniquilación, se libera y nos da la verdad.

Porque la poesía es el cuerpo, y el cuerpo envejece. Sin embargo el lenguaje no muere. ¿Cómo hacer entrar ese tiempo humano en el lenguaje? Conteniendo el aire, como quien entra en un corsé, o de manera imperdonable, viajando en el cuerpo de un animal abatido e inocente, como esa vaca infestada de moscas, o esa araña que avanza haciendo una tela en el aire donde matar y morir.

Blanca es soberana en su oficina, grande luminosa del FCE, calle Berlín en Miraflores. Domina ese cielo de los libros sabios que son los ensayos, los estudios históricos, sociología, literatura etc. Blanca no enseñó en las universidades. ¿Por qué? Quién sabe, pero tocó a muchos de los que nos acercamos a ella, tratando de recoger sus palabras, de guardarlas dentro, para saber qué era la poesía, si existía la buena, la mala. Pasábamos por sus humores como a través de pruebas iniciáticas y nos peleábamos por obtener sus libros, por las fotocopias, por lo que nos podía llegar a las manos. Lo más pequeño era importante, porque venía de ella.

Amor malherido, quebrantado, voluntad titanesca de seguir de pie, impecablemente, maquillada, peinada, vestida, perfumada. Limeña calzada de tacones de piedras preciosas. (Esta última frase no le hubiera gustado nada.) Pero el taconeo de su paso sigue allí, ritmando nuestro corazón enloquecido porque se acerca, porque va a hablar, porque de su boca, oráculo y humor, nos vienen las verdades. Verdades a medias, verdades pero hasta lo que se pueda soportar. Ella nos cuida y aunque sabe, se calla, esperando que el tiempo le dé la razón.

La escritura que es siempre una sorpresa, íntima sorpresa. Viene la palabra, se une a otra, luego desaparece, corrige, recorta, poda, lima, hace brillar. Qué viene después? Los libros parten de sus manos hasta muy lejos, allende el mar. Blanca sigue en su casa, cultivando ese aire que parece más limpio que en el resto de la ciudad. No hay ruido. Solo el mar. Los ojos abiertos de los cuchimilcos blancos sobre la mesa. […]

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Anoche me asomé a la Edad Media. Entré en una iglesia y oí cantar textos del Apocalipsis, de las Cantigas de Alfonso X, de la Sibila. Anoche fui al Teatro de La Abadía. El Auto de los Reyes Magos, dirigido por Ana Zamora, es en realidad un mosaico de textos escritos para ser leídos en el ciclo litúrgico. En la propuesta de La Abadía, los versos se aderezaron con instrumentos medievales y algún elemento externo. Solo eso. Fue lo que Lorca y Falla intentaron en 1923. Ellos lo han conseguido.

Dice Peter Brook que el teatro es un hombre que camina por un espacio vacío mientras otro lo observa. La puesta en escena del Auto lo cumple a la perfección. El peligro que corrían estos textos es que, al no ser teatrales en su esencia, podrían resultar una mera exposición de arqueología. Nada más lejos. El texto estaba vivo, se decía y cantaba con sentido. No en vano, Vicente Fuentes fue el encargado de trabajar con los actores, que supieron hacer suyo ese castellano antiguo, incorporarlo y conseguir que el público entendiese las intenciones, los conflictos y los impulsos. Un trabajo impecable. […]

Hay veces en las que uno se duerme sin darse cuenta: se duerme en el metro después de trabajar, cuando algún amigo pesado le está contando por tercera vez su última batalla, cuando el profesor de turno ha decidido ponerse a divagar… y sobre todo cuando la rutina le atrapa y le impide ver más allá de su horizonte. Sin embargo, hay momentos en los que de repente uno se choca con algo y… ¡zas! se vuelve a sentir vivo. Entonces, piensa que ha descansado, ha cogido fuerzas y otra vez revive con más ganas que nunca.

Algo parecido fue lo que me ocurrió el viernes pasado: entré en el teatro con la cabeza vacía y salí con tantas ganas de romper el mundo, que casi me asusté. La culpa de todo la tuvo Los invasores de Egon Wolff (Santiago de Chile, 1926), una obra tan necesaria para empezar a pensar en la ignorancia de muchos y la soberbia de unos pocos, como terrible a la hora de juzgar la hipocresía humana en la búsqueda de un equilibrio social.

Los invasores grita revolución, pide y justifica la igualdad de clases, pero no mediante una consigna llena de significante y vacía de significado, que es a lo que uno acostumbra, sino mediante un hecho inminente: la esperada sublevación de la masa obrera que reclama su propia dignidad. […]

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Hace unas noches descubrí asombrosamente cuánto disfrutaba viendo Breakfast at Tiffany´s (Blake Edwards, 1961), esa famosa película donde aparece Audrey Hepburn en el papel de Holly, mujer joven y moderna de clase media que se pasea de fiesta en fiesta buscando un hombre rico que la mantenga; su telón de fondo, el Nueva York de finales de los años 50 del siglo pasado y su punto de partida, la novela de Truman Capote que lleva el mismo título. Me descubrí disfrutando de la Quinta Avenida, de un apartamento en cualquier calle de Nueva York, de la famosa joyería Tiffany´s, de una discusión en uno de los taxis amarillos que inundan la ciudad, de una historia de amor bajo una lluvia torrencial y sobre todo de una impresionante banda sonora. Eso es en realidad lo que me envolvió desde el primer momento en la película, lo que me hizo disfrutar esa noche de la magia del cine. Sin esa música tan especial, la película no tendría ese encanto que me cautivó. Dada mi satisfacción por esa banda sonora que convertía a Nueva York en una ciudad mágica y con el ansia de saber quién la compuso, descubrí la existencia del estadounidense Henry Mancini y con él, su obra…

Henry Mancini (Cleveland, 16 de abril de 1924) pasó su infancia en Aliquippa (Pennsylvania), donde enseguida empezó a estudiar flauta y piano. Poco después aprendió junto Max Adkins, director y arreglista de la orquesta del Stanley Theatre de Pittsburg. En sus primeros años en el mundo del cine compuso muchos temas reutilizados después en multitud de películas. En Touch of Evil (Sed de mal, 1958), de Orson Wells, comenzaría a marcar su estilo propio: temas inspirados en los ritmos del jazz adaptados a pequeñas orquestas. […]